Hace más de 60 años, Mario y Licinia llegaron a Candelario, se enamoraron de la Villa y dejaron aquí para siempre su huella y sus almas.
Se quedaron ya que les recordaba a su tierra, la isla de la Palma, la isla bonita, la isla verde, con sus casas encaladas con balconadas de madera y cuestas infinitas, era un trocito de corazón en el centro de su nueva vida.
Y descubrieron su secreto, un secreto que permanece en el aire de la sierra, en los olores a pino y castaño, a tierra mojada, a hortensias y a leña; en sus colores, en el azul del cielo, en las distintas tonalidades verdes de la montaña, la transparencia fría del agua que corre por las regaderas, en el color de la madera de sus batipuertas, y el blanco puro de la nieve.