Nuestras tradiciones: Boda Típica de Candelario

FIESTA DECLARADA DE INTERÉS TURÍSTICO REGIONAL

En medio de esta arquitectura tradicional serrana se recrea la boda a la antigua usanza.

La Asociación Cultural “Cuesta de la Romana”, de la localidad salmantina de Candelario, organiza cada segundo domingo de agosto la celebración de la Boda Típica, fiesta de carácter tradicional que recrea todo el ritual de la boda a la antigua usanza. Dicha celebración cuenta con el apoyo y el patrocinio del Excelentísimo Ayuntamiento de Candelario, y con la generosa participación de numerosos vecinos de la localidad.

Fue en el año 1989 cuando se hizo la primera representación y desde entonces se ha venido realizando consecutivamente todos los segundos domingos de Agosto.

Foto: candelario.es

La estructura de la celebración, descrita brevemente, es la siguiente:

La fiesta comienza en la víspera. A las ocho de la tarde sale el pregonero anunciando la boda del día siguiente. Dos horas más tarde, es decir, a las diez de la noche, hay baile de tamboril en la plaza vieja. En dicho baile se reparte sangría de forma gratuita a todos los participantes. Al día siguiente la boda comienza a las doce menos cuarto. Los mozos y mozas partirán de casa del novio en busca de los padrinos. Todos retornarán de nuevo a la casa del novio “pa que no se escape” y juntos irán a buscar a la novia. Las casas utilizadas están en los dos extremos y en el medio del pueblo, por lo cual el cortejo recorrerá toda la localidad hasta llegar a la iglesia, en cuyo atrio se celebra el rito religioso. Luego vendrá el convite en la plaza Vieja, el baile y la entrega de regalos en la plaza del Humilladero.

 

Foto: candelario.es

 

Historia

Durante el siglo XIX las bodas en Candelario se celebraban siempre en verano, habitualmente en el mes de agosto, y solían durar varios días, pues el día posterior a la ceremonia continuaba la celebración con la denominada tornaboda. Hablando con nuestros mayores sobre los acontecimientos que tenían lugar cuando había un casamiento hemos reconstruido todo el ritual que consagraba y daba realce a este momento. Conocer el contexto cultural, económico y religioso en el que estaba inmersa la sociedad de aquel momento histórico es vital para comprender las costumbres y comportamientos que aquí se describen.

Cuando los contrayentes decían el “sí, quiero”, ésta era una afirmación con mayúsculas y, ante todo, implicaba un compromiso que se debía respetar toda la vida. Así lo mandaba la Santa Madre Iglesia, única en poder de la verdad e intérprete de la voluntad divina. Nadie se planteaba una posible separación, ni un abandono del cónyuge. A pesar de todo, también existía la infidelidad matrimonial, sobre todo por parte del marido, pero trataba de ocultarse de forma hipócrita para guardar las apariencias y evitar las habladurías.

Es importante subrayar las grandes distancias sociales y económicas que separaban a las personas y que, en cierta forma, les indicaban el camino a seguir o, más bien, los caminos que les estaban prohibidos. Así, la costumbre era que los jóvenes eligieran pareja siguiendo los consejos de sus mayores. Debían ser del mismo pueblo, de buena familia y con similar posición económica. Los ricos se casaban con las ricas y los pobres con las pobres, y todo lo que se saliera de esta norma creaba conflictos.

Casarse y, por consiguiente, crear una familia, era una meta esencial y casi una necesidad de nuestros antepasados. Las personas sólo podían relacionarse sexualmente bendecidos por la Iglesia Católica. La mujer que tuviera relaciones sexuales sin estar casada era una fulana y todo el mundo la rechazaba, incluida su propia familia. Si la mujer era infiel, era unánimemente condenada, sin embargo, las posibles infidelidades del hombre eran tratadas de forma distinta. No era raro que el señorito se acostase con sus criadas cuando le viniera en gana; esto se sabía a ciencia cierta, pero, aunque no se aplaudía, nadie lo condenaba abiertamente.

Un marido trabajador garantizaba el porvenir material de la mujer y de los hijos. También una mujer hacendosa y decente daba al marido los cuidados que necesitaba y la debida consideración entre sus vecinos. Cada uno se guiaba por la lección que aprendió ya en el mismo vientre de su madre y casi nadie se quejaba de su destino. Afortunadamente, hoy el papel de la mujer ha cambiado y puede mirar y actuar al mismo nivel que lo hace el varón. Aunque sin duda se han perdido valores familiares tradicionales, al menos se ha erradicado la hipocresía y se respeta más el espacio de la vida privada.

La historia de los casamientos de las gentes de Candelario en torno al siglo XIX tiene bastante similitud con los que se celebraban en todas las localidades de nuestro entorno. El acto religioso era igual, ya que el sacramento se regía fielmente por las doctrinas del Concilio de Trento. Las diferencias estribaban únicamente en las costumbres de la localidad, en sus cantos y en sus bailes. Nuestros antepasados nos han legado, casi siempre de forma verbal, la información de lo que sucedía en las bodas. Lo narraban afirmando que era la vivencia más fuerte, más bonita y más recordada que podía tener una persona en aquella época, en la cual sufrir penalidades y privaciones era lo habitual.

Foto: candelario.es

 

 

 

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